Oh, el Starbucks. Ese lugar que llega a un barrio como una plaga sin cura. No sé ustedes, pero cuando veo uno de esos cafecitos cerca del parque Retiro, sé que estamos en problemas. Porque no es solo una cafetería, es un síntoma de que todo está a punto de cambiar para mal. Cierra un modo de vida, una forma de interactuar con la gente que vive alrededor, y nos avisa de la invasión que se avecina.

No es que tenga algo en contra de una buena taza de café, pero es que el Starbucks trae consigo mucho más que eso. Trae consigo el fin de la tranquilidad, el inicio de las largas filas y la llegada de la gente que solo está de paso. ¿Por qué será que siempre que un Starbucks abre, el barrio nunca vuelve a ser igual? No tengo idea realmente de por qué esto importa, pero es algo que me hace reflexionar.

Quizás sea solo una exageración mía, pero siento que cada vez que veo un Starbucks, una parte de la esencia del barrio se va perdiendo. Así que la próxima vez que pases frente a uno de estos cafecitos, piénsalo dos veces antes de entrar. Tal vez sea solo yo, pero creo que hay algo especial en mantener la autenticidad de nuestro entorno.